Diversidad LGTBQIA+ ¿Cuánto sabes sobre asexualidad? por Olivia Ávila Ruiz

No son pocas las personas que se quedan a cuadros cuando escuchan hablar de asexualidad. Por lo general, no entienden bien el concepto, les parece algo imposible o simplemente lo catalogan como una moda. Pero la asexualidad trasciende estereotipos y prejuicios, pues aunque se trate de una realidad difícil de encajar en nuestros esquemas mentales, es una orientación sexual igual de válida y relevante que la heterosexualidad, la homosexualidad o la bisexualidad. Pese a que la definición es bastante simple (una persona asexual es aquella que no experimenta atracción sexual hacia otras personas), supone un rompecabezas para muchas personas, que no logran encajar la idea de que es posible que existan personas que no experimenten atracción sexual por los demás.

Actualmente, la asexualidad sigue siendo una gran desconocida, pero para intentar explicarla, podemos recurrir a diferentes metáforas que la definen de manera clara y fácil de interpretar. Podríamos decir, por ejemplo, que ser asexual es como vivir en zona costera y en primera línea de playa, pero no te llama la atención ni ir a nadar, ni a pasear por la arena, ni nada de nada. No te atrae ese escenario. Entonces, te dirán: ¿Cómo es posible, si vives en zona costera? ¿Cómo es posible, si a todo el mundo le gusta la playa? Extrapolado a la asexualidad, sería lo mismo que decir: ¿Cómo puede ser que no te atraigan las relaciones sexuales si eres un ser humano? Y es que el profundo desconocimiento sobre esta realidad sexual lleva aparejada la tendencia a deshumanizar a las personas que nacen con esta orientación sexual, que sigue estando muy estigmatizada y patologizada, a consecuencia de la fuerte invisibilización existente en torno a ella.

En el año 2013, la asexualidad dejó de ser considerada un trastorno mental por el DSM-5. Además, el activismo en los diferentes países se empezó a movilizar a ritmos distintos desde el surgimiento de AVEN, la Red para la Educación y Visibilidad de la Asexualidad, fundada en 2001 por el activista asexual David Jay. En España, por ejemplo, fue un anuncio de televisión sobre colchones, protagonizado por personas asexuales, lo que contribuyó a visibilizar la asexualidad en este país. Dicho anuncio se emitió en el año 2016, y a raíz del mismo, muchísimas personas españolas de edades muy variadas se dieron cuenta de que eran asexuales, y pudieron ponerle nombre a su realidad interna, a su esencia, a su sentir, a su orientación y a su identidad. También se creó en España la primera asociación de asexuales (ACEs) que actualmente lucha contra viento y marea por visibilizar esta realidad. Además, con el paso de los años se empezaron a publicar cada vez más artículos científicos y periodísticos sobre este temática.

Por su idiosincrasia, la asexualidad debería ser una parte integral del colectivo LGBTQIA+, puesto que no está exenta de violencias ni discriminación. No obstante, aún son los muchos los que no la incluyen en sus siglas ni la consideran parte de la comunidad y de la diversidad sexoafectiva, contribuyendo así a que se fomente el estigma y la invisibilización, que no deja de ser una forma directa de discriminación. Pero, por su naturaleza y esencia misma, el movimiento LGTBIQA+ debería ser un paraguas donde tengan cabida todas las orientaciones e identidades que no sean cisheteronormativas, amparando y defendiendo los derechos de aquellas personas que, por salirse de la norma, ser diferentes o tener otros códigos afectivosexuales, sufren discriminación y violencias. Y es que la invisibilidad de esta orientación sexual deriva en la creencia errónea de que las personas asexuales no sufren ni se les discrimina igual que al resto de personas de la comunidad LGTBIQA+. No obstante, ser asexual lleva aparejado: alto nivel de presión, sentimiento de gran incomprensión social, malestar, desinformación, clichés, invisibilización, descrédito, infantilización, sentimientos de desdén y lástima, casos de violencias de género, abusos en las relaciones, desconfianza, estigmas, estereotipos, prejuicios, presunción de homosexualidad, tristeza, ansiedad, depresión… hasta el nivel más grave de todos: patologización y violaciones correctivas.

Por otra parte, entre las principales dificultades a las que se enfrentan las personas asexuales, se encuentra la confusión generalizada entre atracción y deseo, dos términos que muchas veces se utilizan indistintamente como si fuesen sinónimos. El deseo, sexual en este caso, es ese sentimiento de querer llevar a cabo una actividad sexual, pero no necesariamente vinculada a una persona. Y esto resulta clave cuando hablamos de asexualidad, puesto que una persona puede tener deseo sexual (y sentir más o menos ganas de masturbarse, por ejemplo, que también es una actividad sexual), pero dicho deseo no va dirigido hacia nadie, porque nadie les atrae sexualmente. Por otro lado, es necesario recalcar que cada persona, asexual o no, experimenta el deseo de manera diferente. En cuanto a la atracción, diferenciaremos en primer lugar entre atracción sexual y atracción romántica. La atracción sexual es ese impulso, ese deseo o esas ganas de querer tener relaciones sexuales con otra persona/otras personas (siempre va a ir orientado hacia las demás personas). Por el contrario, la atracción romántica es ese interés romántico hacia alguien, más en la línea del enamoramiento; es ese interés y/o amor más o menos intenso que nos lleva a querer pasar más tiempo con la otra persona, darle prioridad, querer conocerla más, pensar más en ella… Además, también existen las personas arrománticas, que son aquellas que no siente esa atracción romántica por los demás, algo que no es exclusivo de la comunidad asexual. Se puede sentir atracción sexual y no sentir atracción romántica, o viceversa, o no sentir ninguna de las dos. Las combinaciones son infinitas porque hay tantas formas de vivir la sexualidad como personas hay en el mundo.

Mucha gente suele preguntarse si, ante la falta de atracción sexual, hay personas asexuales que mantienen relaciones sexuales. La respuesta es afirmativa, pues el hecho de no sentir atracción sexual hacia la gente no significa que no se pueda o no se quiera tener relaciones sexuales. Y es que esta orientación sexual presta a una confusión permanente, pues las personas asexuales no rechazan el sexo (estas personas se denominan antisexuales, y no es exclusivo de la asexualidad); simplemente, no les atrae llevar a cabo esta actividad con otras personas, ya que no les resultan atractivas sexualmente. Además, cada persona es diferente, y alguien asexual puede tener relaciones sexuales con otra persona si así lo decide, porque quiera tener descendencia, porque quiera disfrutar un momento íntimo con su pareja, por placer físico… Por miles de razones. No obstante, como no existe esa atracción hacia la otra persona, normalmente ese impulso o esa iniciativa no va a surgir de manera natural porque, repetimos nuevamente, no hay atracción sexual. Por consiguiente, ser asexual no implica necesariamente no tener libido, o no practicar sexo, o no sentir excitación, o rechazar el sexo, no poder enamorarse, o no tener pasiones, o no sentir deseo.

Asimismo, cabe destacar que hay muchas formas de ser asexual, lo que entra dentro del denominado “espectro asexual”. Esto se suele explicar con el triángulo de AVEN, un triángulo invertido cuya base o parte superior es de color blanco, que se va volviendo gris, oscureciéndose gradualmente hasta culminar en el negro, localizado en el vértice inferior. En esta figura geométrica quedan representadas, en color blanco, las personas alosexuales (aquellas experimentan atracción sexual con la frecuencia es intensidad “normativa o esperada”); en la zona gris, las personas grisexuales (quienes sí pueden sentir atracción sexual, pero con poca intensidad o frecuencia, o solo cuando se dan determinadas circunstancias); y en el vértice en color negro, las personas asexuales “más puras” (aquellas que nunca experimentan atracción sexual). Se trata de un espectro lleno de matices, una escala de grises donde también se encontrarían las personas demisexuales, aquellas que para poder sentir atracción sexual necesitan que haya un vínculo emocional fuerte con la otra persona.

En la actualidad, las personas asexuales experimentan una fuerte discriminación y sentimientos erosivos que debilitan su salud mental. Es frecuente que se sientan fuera de lugar, incomprendidas, solas, raras y rotas. Aparece un sentimiento de malestar por no encajar en la sociedad, ya que su experiencia es diferente a la del resto del mundo; les oprime fuertemente la presión de encajar

dentro de la norma. Tienen esa crisis existencial permanente porque no conciben que el sexo (con otras personas), simplemente, no les atraiga. No les entra en la cabeza, no es fácil de ver dado el sistema de educación y socialización circundante. Además, cuando finalmente lo asimilan, se dan cuenta de que el resto del mundo no lo va a entender y les van a llover prejuicios, porque entre otras cosas, la gente suele pensar que les falta algo, que no han tenido buenas experiencias o que es algo pasajero. Estos sentimientos se alivian ligeramente cuando se dan de bruces con el término “asexualidad”, y su forma de sentir cobra un sentido. No obstante, hay una tendencia al hermetismo por la falta de comprensión, lo que fomenta aún más la invisibilización de esta orientación sexual.

Por otro lado, hay profesionales de la salud mental que, por falta de conocimiento, invisibilizan esta orientación sexual e incluso lo asocian a un trauma o a un problema de hormonas. Ante esta trágica y aterradora realidad, las personas asexuales luchan para que la gente entienda lo que realmente es la asexualidad: no es un trastorno, ni un problema, ni una falta de vitaminas, ni surge de un trauma de la infancia, ni es una disfunción del deseo (como puede ser el Trastorno del Deseo Sexual Hipoactivo). Si se entiende la asexualidad como una disfunción, problema o patología, entonces se da por hecho que hay que tratar a las personas asexuales o intentar “arreglarlas”, pero recordemos que, si se intenta cambiar la orientación sexual de alguien, estaríamos incurriendo en una terapia de conversión. Una persona asexual puede sufrir mucha ansiedad y depresión, pero no por el hecho de ser asexual en sí, sino como consecuencia de la fuerte discriminación que se sufre en un mundo que parece funcionar de manera diferente. Exactamente igual que con el resto de las orientaciones sexuales. Y es que una persona del colectivo LGTBQIA+ no siente malestar por ser como es, sino porque debe enfrentarse a los mandatos de una sociedad que parece querer imponer una forma correcta de vivir y sentir la identidad sexual. Estar en el armario puede darnos una sensación de seguridad y protección, pero no por ello se está mejor.

Por otro lado, uno de los prejuicios y estereotipos que giran en torno a la asexualidad es que no es algo saludable, ante lo que cabe preguntarse: ¿Qué concepto de salud estamos usando aquí? Por esa regla de tres, tampoco es saludable permanecer ocho horas seguidas delante de un ordenador, por ejemplo, o no seguir una dieta equilibrada. Eso, claro, en la línea de la salud física. Pero, en el plano psicológico, ¿qué salud mental puede tener una persona si se hace tanto hincapié en que debe tener un comportamiento sexual concreto y con una frecuencia deseable? ¿Qué salud mental puede tener una persona asexual si le lanzan infinidad de mensajes que la hacen sentir inmadura, o que está rota, o que su forma de sentir no es natural ni la adecuada? Nuevamente, nos encontramos ante un escenario donde hay mucha discriminación y una opresión fuerte marcada por diferentes violencias, ocultas y desconocidas a consecuencia del halo de la invisibilidad.

Por lo general las personas asexuales tienen una deuda grande con internet, porque es el único espacio donde se descubre el término asexual, y también donde se pueden encontrar testimonios de personas asexuales que tienen con las mismas vivencias. Además, con la asexualidad se pone mucho más el acento en el tema del consentimiento: qué quieres, qué no quieres, qué acuerdos se dan en una pareja, qué límites poner, qué cosas vas a consentir y qué no…

Existen muchos mitos, prejuicios y estereotipos sobre la asexualidad, como los siguientes:

Si una pareja no tiene relaciones sexuales, ¿qué la diferencia de la amistad?

Todas las personas nos hemos socializado de la misma manera y creemos que amor y sexo van de la mano en una relación de pareja, porque si no la relación no es válida. Pero esto es una construcción social y no tiene por qué ser así. Hay muchas formas de vivir y expresar el afecto, y hay muchas formas de tener relaciones sexuales. El sexo es una actividad estupenda si es deseada y consentida… pero no se lo debemos a nadie. No es una prueba de amor, y no nos hace más o menos válidas como personas.

Pero si lo has probado y has experimentado placer sexual… No entiendo que no te guste el sexo, si es lo mejor que hay.

Los gustos son relativos y no a todas nos gusta lo mismo ni de la misma manera. Aparte, no es lo mismo que no te guste el sexo a que no te atraigan las personas sexualmente.

Eso será porque no has encontrado a la persona adecuada…

Esto tiene mucho que ver con el amor romántico y con la idea de que estamos mejor en pareja, la creencia de que todas las personas aspiramos a encontrar nuestra media naranja, la idea de que el amor de pareja nos completa y nos hace la vida mejor, etc. No todas las personas asexuales están solteras (que también es un mito generalizado) y no todas las personas solteras, asexuales o no, se sienten tristes o incompletas.

Es una patología.

Lo diferente no es igual a lo patológico, y no deberíamos cometer los mismos errores que se cometían cuando se consideraba que la homosexualidad o la transexualidad eran un trastorno.

Conmigo se te va a pasar, yo te voy a ayudar.

Esto no solo invalida completamente la orientación sexual de la persona, sino que puede derivar en violaciones correctivas.

En realidad eres lesbiana pero no te atreves a decirlo.

A la asexualfobia le sumamos ahora lesbofobia. En el caso de las chicas, no tiene que ser fácil decir que se es lesbiana, pero no es más fácil que confesar que eres asexual, reconocerte como tal y expresar tu identidad en tu entorno.

O en realidad los hombres asexuales son gais.

Parece impensable que un hombre sea asexual. Tiene que ser gay, o tiene algún problema eréctil. Los hombres asexuales puede sufrir una presión social bastante fuerte que les dificulta el encuentro con su orientación y la aceptación de su identidad.

Eres demasiado tímida / introvertida / frígida.

La timidez o introversión pueden influir en el comportamiento sexual, pero no en la atracción sexual. No olvidemos que vivimos en una sociedad hipersexualizada y el sexo, amigo del capitalismo, es un gran valor y un sinónimo de madurez y de éxito.

Si bien nos hemos centrado en la fuerte discriminación hacia las personas asexuales, pondremos el broche final a este artículo con un enfoque positivo de esta orientación sexual y del potencial que encierra, pues es una fantástica invitación a reflexionar sobre: el afecto, el placer, el aprender a comunicarse, las relaciones no convencionales, el cómo nos relacionamos con los demás, la importancia de una educación sexo-afectiva de calidad, las diferentes formas de tener relaciones sexuales, la hipersexualización de la sociedad, la necesidad de un modelo alternativo de diversidad sexual y de género, la riqueza de la diversidad, los derechos sexuales y reproductivos… Es una llamada de atención, porque no se está haciendo una revisión científica y rigurosa de la diversidad sexual y de género que existe en el mundo, pero también es una manera de recordar que la diversidad, con todos sus colores y matices, es un regalo de la vida.

Bibliografía, referencias y fuentes de interés

AVENes. Red para la Educación y Visibilidad de la Asexualidad (red internacional)

Somos ACES (asociación nacional España)

Asexualidad. Martina González Veiga (sexóloga española, experta en asexualidad)

Artículos

Prejuicios a los que las personas asexuales deben enfrentarse

¿Qué significa ser asexual? La asexualidad no es celibato o abstinencia. Esto es lo que es, y no es.

¿Qué es la asexualidad y cómo se manifiesta?

Los jóvenes asexuales están hartos de que la sociedad quiera curarles.

Los invisibles del orgullo.

Derribando mitos.

No soy un bicho raro, soy asexual.

Vídeos YouTube

David Jay: Vídeo 1. Vídeo 2

TEDx (inglés)

Martina González Veiga – Deseo y Asexualidad

Asexualidad por Martina González Veiga | Psico Woman

Asexualidad la orientación invisibilizada: Reflexiones y aportaciones desde la sexología

Asexualidad: La historia de la discriminación se repite

Asexualidad en primera persona | Psico Woman & Olivia Ruiz

Qué es la ASEXUALIDAD y por qué hay que hablar de ella.

Corto de Asexual Story

El reguetón asexual:

Redes sociales de Olivia

IG: @oliviaavilaruiz

Tik Tok: @oli_sapereaude

María Martín «Ni por favor ni por favora»

Entrevista a María Martín, autora del libro «Ni por favor ni por favora», realizada por Fran Olivas, de la Unidad de Igualdad y Conciliación.

Ni por favor ni por favora

Os voy a contar lo que me pasa cuando hago el esfuerzo de usar un femenino genérico. Bueno, quizá debería empezar explicando qué es un femenino genérico. Allá voy: cuando en mis redes sociales digo algo como «gracias a todas por felicitarme por mi cumpleaños» en lugar de decir «gracias a todos», estoy usando un femenino genérico. Uso un femenino en el que están incluidos los hombres. Ahora te estarás preguntando que por qué hago esto y yo te puedo reformular la pregunta con un poco de mal genio —malafollá diríamos en Granada— y preguntarte por qué motivo no puedo hacerlo si durante siglos se ha hecho lo contrario, es decir, usar un masculino genérico en el que se supone que las mujeres estaban incluidas. Esto no es verdad y es una de las cosas que he aprendido de María Martín, pero no voy a adelantarme con la presentación de nuestra invitada de hoy. Primero voy a terminar de contar qué me pasa cuando uso un femenino genérico. Lo que me pasa es que, por una parte, tengo que hacer un esfuerzo, pararme, pensarlo, es decir, tener la intención de hacerlo, porque no es algo que esté automatizado ni que me salga de forma natural. ¡Claro! ¿Cómo podría ser de otra forma? Lo que tengo automatizado después de décadas de socialización machista es que lo «normal» es el masculino genérico. Por otra parte, lo que me pasa, es que me siento de alguna forma culpable o incómodo y entonces es cuando pienso en que mi «yo machista se resiente» —o le sale una cana del estrés—, lo cual me parece más que bueno. Confío en poder aniquilarlo pronto, porque lo que no puedo negar —sería de ser muy poco honesto— es que he recibido una educación machista y hay machismo en mí. Por desgracia, la inmensa mayoría de las personas de nuestra sociedad hemos sido socializadas en el heteropatriarcado y deshacernos de esto no va a ser cuestión sencilla. La tercera cosa que suele pasar cuando uso un femenino genérico es que hay alguien —un señoro, concepto que explicaremos más adelante en esta entrada—, que me pregunta si solo me estoy refiriendo a las mujeres y tengo que explicarle que él está incluido en ese femenino genérico. Como podéis ver, el machismo nos cala hasta la médula de los huesos, impregna los aspectos más cotidianos de nuestras vidas. Esto incluye el lenguaje, la forma en la que nos expresamos, las palabras que usamos. Pues bien, esta extensa introducción tiene por objetivo presentaros la temática de esta entrada del blog: venimos a hablar de lenguaje incluso y lo hacemos de la mano de alguien que sabe de esto. Ella es María Martín. Ahora sí, presentación oficial:

María Martín es feminista, licenciada en Derecho y especialista en intervención social con enfoque de género. También ha fundado y dirige la Escuela Virtual de Empoderamiento Feminista (EVEFem) y desde 2007 colabora en varios medios y entidades de igualdad nacionales e internacionales. En el año 2019 publicó «Ni por favor ni por favora» (Catarata) —libro que debéis leer, por favora— y hoy, además, es nuestra invitada del blog. Así que lo primero que queremos hacer es darle las gracias por recibirnos y por contestar a nuestras preguntas. ¡Gracias, María!

Unidad de Igualdad: Hemos leído tu libro y lo primero que queremos hacer es felicitarte, al terminar tu obra, las dudas quedan resueltas y los prejuicios hacia el lenguaje inclusivo, fulminados. La primera pregunta que queremos hacerte es la siguiente, ¿qué te parece que se use un femenino genérico para inclinar la balanza tras siglos usando un masculino genérico? En mi caso, debo reconocer que lo uso para pinchar y provocar un poco, ¿por qué no? Pero nos gustaría saber tu opinión al respecto.

María Martín: Gracias por la felicitación, en primer lugar.

Como opción política me parece perfecta. Al decir política me refiero a la acepción decimonovena del DLE: «Actividad del ciudadano (y la ciudadana) cuando interviene en los asuntos públicos con su opinión, con su voto, de cualquier otro modo». Los paréntesis son míos, aclaro. Al hacerlo estamos contribuyendo a generar conciencia de nuestra postura política. Y sería muy fácil cambiar la norma del masculino genérico por una norma de mayorías. Si hay más mujeres, femenino, si hay más hombres, masculino. Si no se puede saber se nombra a unas y otros. Evitaríamos la invisibilización sistemática de la mitad de la población y reduciríamos la necesidad de usar herramientas alternativas como los impersonales o los ―mal llamados―desdoblamientos. Es una norma de transición que podría funcionar muy fácilmente porque es muy justa. Y hay pocas personas que no quieran pensar de sí mismas que son justas.

Unidad de Igualdad: Una de las primeras cosas que una persona aprende cuando se sumerge en «Ni por favor ni por favora» es la definición de lenguaje inclusivo. No es desdoblar, no es decir ahora «marida» en lugar de marido ni transformar todas las palabras hacia el género femenino. Lenguaje inclusivo es nombrar sin discriminar, es usar las herramientas del lenguaje para nombrar sin excluir. Es —atención porque esto no es una cuestión menor— hacer visible lo invisible y cambiar la realidad porque situamos en ella a un sujeto ausente. Muchas de estas palabras las hemos copiado de tu libro, ¿quién puede estar en contra de esto? Los señoros, sí, pero ¿por qué?

María Martín: Porque no es ―o no solo―cuestión de palabras, es ideología y es poder. Quien tiene el poder de nombrar no solo se define a sí ―que ya es lo suficientemente importante― sino que tiene la capacidad de definir al resto. Ese poder te permite construir el marco conceptual de la comunidad sobre la que te impones. El nuestro es machista, porque el poder es patriarcal.  Todo es siempre, en último término, una cuestión de poder.

Unidad de Igualdad: Quizá ha llegado el momento de explicar lo que es un señoro, ¿no? Es una palabra que vamos a repetir bastante en esta entrada porque queremos contribuir a que este término —tan fantástico— se consolide. Así que igual lo repetimos varias veces más. Señoro. Señoro. Señoro. Dinos, María, ¿qué es un señoro?

María Martín: Un hombre machista consciente y contento de serlo. Usar “señoro” te evita el tan consabido “es que no todos los hombres…”. Como es verdad que no siempre nos referirnos a todos los hombres, en lugar de llamar a estos especímenes señores les llamamos señoros para que no quepa duda alguna.

Unidad de Igualdad: Una consecuencia de leer el libro de María —o al menos en mi caso ha sido así— es la de que la percepción sobre la RAE cambie de manera radical. Tirando de humor, María decía en una conferencia reciente que se celebró en la Facultad de Psicología de la Universidad de Granada que el lenguaje inclusivo también puede definirse como aquello que la RAE ataca. Recuerdo que nos reímos, pero el tema es serio. En el libro de María podemos encontrar una enorme cantidad de ejemplos —dolorosos— sobre hasta qué punto las páginas del diccionario están empapadas de machismo. Algunos datos: más de 150 sinónimos de la palabra «puta» y solo dos para «puto». Y esto por no mencionar la cuestión del «cunnilingus» y la felación —cuestión que no vamos a resolver en esta entrada, así que, si la estás leyendo, haznos el favor de buscar los dos términos y busca las diferencias, verás qué sorpresa te llevas— o que el mismo término tenga un significado respetable y positivo cuando hace referencia a los hombres y negativo —puta— en lo que respecta a las mujeres. Esto es lo que encontramos por ejemplo en el caso de ser un hombre de la calle o una mujer de la calle. La pregunta es: ¿qué podemos hacer? ¿Qué está en nuestras manos para promover un cambio en la RAE?

María Martín: Por un lado, exigir de las autoridades y de la institución que para seguir teniendo financiación pública transformen sus estatutos para hacerlos democráticos, paritarios, transparentes. Por otro, hablar para construir el mundo que queremos y no el heredado del siglo XVIII. Algunas herramientas nos las da ya el idioma, otras las tendremos que inventar.

Unidad de Igualdad: Empezamos la entrada diciendo que cambiar la forma de hablar, que la inmersión en el lenguaje incluso requiere un esfuerzo, ¿por qué nos dirías que merece la pena hacer este esfuerzo?

María Martín: Porque abre nuestra mente, porque está cambiando el mundo, porque no necesita esperar a que nos den permiso ni presupuesto alguno y, sobre todo, porque no podemos hacer casi nada sin palabras. Las necesitamos para todo. Y querer construir igualdad en cualquier área del conocimiento o de la sociedad con palabras que van contra ella es, como mínimo, incoherente.

Unidad de Igualdad: Para terminar, volvemos a darte las gracias por lo que hemos aprendido contigo, animamos a todas las personas que nos leen a que se hagan con tu libro —prometemos que lo van a disfrutar— y te damos la palabra de nuevo para que nos hagas llegar lo que te apetezca. Esperamos que nos reencontremos pronto, ¡por favora! ¡Ah, sí! Un saludo también para los señoros que nos estén leyendo.

María Martín: Me gusta tanto tu final que decir algo es fastidiarlo. Aun así, una reflexión final. No podemos esperar tomar conciencia hoy de la necesidad de un lenguaje inclusivo y mañana desesperarnos porque “no nos sale”. El proceso conlleva toma de conciencia, adquisición de herramientas y práctica. No os prometo que sea fácil, pero os aseguro que será divertido y gratificante.

¡Muchas gracias!

Podéis seguir a María en:

Twitter: @generoenaccion

Instagram: @generoenaccion

 

Colectivo LGTBI Romaní

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Post escrito por Francisco Javier Olivas González

Es posible que al leer el título de nuestra entrada te hayas preguntado a qué hace referencia el término romaní. Si nos vamos a la RAE, encontraremos que en la segunda acepción de esta palabra se indica lo siguiente: «Perteneciente o relativo a los gitanos o su lengua». Por lo tanto, la incógnita queda despejada: os vamos a hablar de la doble minoría que supone ser LGTBI y de etnia gitana. No obstante, usaremos el término romaní, más amplio y con el que hacemos referencia a la población general de esta minoría.

Después de más de cinco siglos, la población gitana sigue sufriendo una discriminación que es histórica y estructural. Esto se refleja en cómo es la vida de una persona romaní cuando busca trabajo, cuando busca un piso para alquilar o cuando intenta relacionarse. No hace mucho, desde el Secretariado Gitano se denunciaba que la población gitana en España se ve obligada a un armario que tiene que ver con su origen étnico a la hora de contratar o consumir determinados bienes y servicios. Muchas personas prefieren no mostrar esta característica para evitar encontrarse de frente con el rechazo. Pues bien, si a estas barreras, si al racismo que existe en nuestra sociedad, añadimos el hecho de pertenecer a una minoría sexual, las barreras pueden (al menos) duplicarse.

El blog de la Unidad de Igualdad de la Universidad de Granada es un espacio para la visibilidad y, como no podría ser de otra manera, también lo es para la interseccionalidad. El colectivo arcoíris debe perseguir este enfoque, debe constituirse como un grupo de lucha diverso en el que tienen cabida todas las personas, con independencia de su clase social, su etnia o su religión. Por ello, vamos a tratar unos puntos básicos sobre las personas LGTBI romanís que todas deberíamos conocer:

  1. ¿Existe un colectivo LGTBI romaní? ¡Por supuesto! Las personas que pertenecemos a minorías sexuales existimos en todos los ámbitos humanos, también en la población romaní. Además, existe un colectivo LGTBI romaní que lucha por sus derechos y que cuenta con numerosos referentes. Esta cuestión la abordamos en el siguiente punto.
  2. ¿Existen referentes y activistas LGTBI que además son romanís? Son numerosos. Os damos algunos nombres: Demetrio Gómez es activista romaní, defensor de los derechos del pueblo romaní y fundador del Forum of European Roma Young People. Además, es presidente de la plataforma y asociación Ververipen, Rroms por la diversidad. Podéis leer una entrevista completa que le hicieron hace un par de años pulsando aquí. Otro nombre es el de Jenifer Escobedo: mujer trans, gitana y modelo. Un referente para los más jóvenes de lo que supone enfrentarse a una discriminación que, como ya señalaba Demetrio en la entrevista que os citamos, es múltiple. Otro nombre es el de Miriam Amaya, una gitana transexual que estuvo en la primera manifestación del Orgullo del año 1977. Citamos solo a tres personas, pero son muchas más las que están comprometidas con la lucha del colectivo y sería tremendamente injusto decir (como se ha dicho en otras ocasiones) que el colectivo LGTBI romaní no tiene voz. Tiene una voz alta, clara y diversa que necesitamos y de la que podemos estar orgullosos.
  3. Pero la comunidad gitana es muy homófoba, ¿no? ¡No! La comunidad gitana de España está formada por más de medio millón de personas y, tal y como menciona Demetrio Gómez en muchas de sus intervenciones (tuve la suerte y el placer de escucharlo en Barcelona hace algunos años), la comunidad gitana es tan diversa como la población no gitana. ¿No se dan casos terribles de homofobia dentro de familias payas? Se dan, incluso en la actualidad hay jóvenes LGTBI que se han visto en la calle tras dar a conocer su orientación sexual, por lo tanto, caemos en un prejuicio al pensar que toda una comunidad de personas es homogénea y homófoba. En la población romaní hay casos de plena aceptación, casos en los que cuesta un poco más y casos terribles, sí, pero, insistimos, tan terribles como los que pueden darse en la población no romaní.
  4. ¿A qué prejuicios se enfrentan las personas LGTBI romanís? Se enfrentan a los mismos prejuicios que sufre la población romaní heterosexual, es decir, tienen que vivir con la losa que supone que se asocie a la etnia gitana con el machismo, la homofobia, la agresividad y la delincuencia. Pero a estos prejuicios hay que añadir la LGTBIfobia de la población. Es por esto que, insistimos, son personas que tienen que enfrentarse a una discriminación múltiple. Por ser gitano y por ser homosexual. Por ser gitana y ser lesbiana. Por ser gitana y ser una mujer transexual. Discriminación que golpea desde fuera y desde dentro del colectivo.
  5. ¿Qué necesita la población romaní y, en especial, la población LGTBI romaní? Necesita que la población general y la población del colectivo se constituya como aliada. Lo que necesitan las personas LGTBI romanís son aliados dentro y fuera del colectivo. En el momento en el que el colectivo se constituya como un grupo en el que el ideal sea el hombre homosexual, cis, blanco y de clase media, en ese preciso momento, habrá fracasado en su lucha porque se habrá convertido en aquello que busca derrotar.

Puesto que terminamos la entrada hablando de la necesidad de constituirnos como aliados de la doble minoría LGTBI y romaní, os invitamos a seguir en redes a Ververipen, asociación LGTBI romaní:

En Facebook: https://www.facebook.com/Ververipen/

En Instagram: https://www.instagram.com/ververipen/

En Twitter: https://twitter.com/ververipen?lang=es

La mujer bisexual

couple-2594749_1920.jpgPost escrito por Francisco Javier Olivas González

«Tú eres vi, con uve, de viciosa»

«Yo pienso que es un tema de confusión»

«Se me hace raro entender que te pueda gustar todo»

«Creo que no podría mantener una relación estable con alguien así por la inseguridad que implica que, no sé, que en cualquier momento se pueda fijar en una mujer. Ante eso no tengo nada que hacer. No sé si me explico, no puedo competir en esa liga»

En un sector de la sociedad —y también en un sector del colectivo—, la bisexualidad no se comprende. ¿No os resultan familiares algunas de las afirmaciones anteriores? ¡Ojalá vuestra respuesta sea negativa y estemos equivocadas! No obstante, sospechamos que la bifobia está presente, tal y como decíamos, dentro y fuera del colectivo. En algunas ocasiones se recurre a la confusión para explicar la bisexualidad, en otras —muy desafortunadas—, se acusa a las personas bisexuales de ser viciosas o de tener un apetito sexual insaciable como argumento para explicar el modo en el que desean y aman.

En la entrada de hoy nos vamos a centrar en las mujeres bisexuales y lo hacemos porque pensamos que —como en tantas otras ocasiones— nos encontramos ante un subgrupo del colectivo que requiere una atención especial. ¿Sufren unas consecuencias específicas las mujeres bisexuales a nivel de estigma? ¿Es su salud mental distinta en comparación a la de las mujeres lesbianas y heterosexuales? ¿Y su salud general? Estas son algunas de las preguntas que queremos contestar y para ello nos hemos basado en la lectura de dos trabajos científicos que han sido publicados en los últimos años (podéis consultar las referencias al final de esta entrada). ¡Allá vamos!

Algunos datos que arrojan varios estudios científicos sobre bisexualidad:

  • Un estudio sobre personas bisexuales en Australia encontró indicios de que el colectivo bisexual presentaba las peores puntuaciones a nivel de salud mental (en comparación con personas homosexuales y heterosexuales). En concreto, se encontraron más síntomas de ansiedad y depresión en las personas bisexuales; un menor apoyo familiar e incluso menor apoyo por parte de las amistades. Como puede esperarse, se relacionan estos factores con la peor salud mental encontrada.
  • En otro estudio con población estadounidense, pudo comprobarse que un 30,5% de las mujeres heterosexuales había sufrido depresión en algún momento de su vida. El dato para las mujeres lesbianas era del 44% y, en el caso de las mujeres bisexuales, de un 59%. Las mujeres bisexuales prácticamente doblaban en este estudio a las mujeres heterosexuales.
  • Una investigación llevada a cabo durante el año 2014 concluye que las mujeres jóvenes bisexuales presentan las tasas de suicidio más altas dentro de los jóvenes LGB.
  • También se han encontrado diferencias a nivel de salud reproductiva y sexual: las jóvenes bisexuales usan menos el preservativo durante sus relaciones sexuales en comparación a las mujeres heterosexuales (según un estudio llevado a cabo en Norteamérica).
  • También se han encontrado mayores niveles de violencia por parte de la pareja en el caso de las mujeres bisexuales. En la muestra del estudio, ellas sufren mayor violencia que las mujeres heterosexuales.

Afortunadamente, la literatura científica sobre el colectivo bisexual está creciendo de forma reciente. Los grupos de investigación se han dado cuenta de que no se debía diluir la realidad bisexual dentro de las investigaciones que incluían a personas homosexuales como si existiera una homogeneidad dentro del colectivo. Tal y como podemos comprobar, los datos encontrados no son positivos y hay claras diferencias en la realidad de la mujer bisexual.

¿Qué explicación da la ciencia a estos datos?

La hipótesis es la siguiente: el estigma asociado a la atracción a personas del mismo sexo no sería capaz de explicar los peores resultados en salud mental (y general) de la población bisexual. Es decir, la discriminación y el rechazo social asociado a la homosexualidad no tiene capacidad para explicar la realidad bisexual. Por tanto, ¿qué explicación se plantea?

Habría un estigma bisexual que no es aplicable a los hombres gais ni a las mujeres lesbianas. Este estigma está asociado a una serie de estereotipos propios de la bisexualidad:

  • La bisexualidad como una identidad de transición, es decir, la creencia de que los hombres bisexuales terminarán por definirse como homosexuales con el paso del tiempo y la misma creencia aplicada a las mujeres bisexuales. Ahora eres una mujer bisexual, pero cuando abandones este periodo transitorio, te definirás como lesbiana.
  • Las personas bisexuales son personas hipersexuales (con la connotación negativa que puede estar asociada a esta asunción: infidelidad, promiscuidad…).
  • Las personas bisexuales mantienen relaciones afectivas y sexuales con los dos sexos para mantener su condición bisexual. Es decir, de nuevo un estereotipo que lleva a pensar en la bisexualidad como un difícil equilibrio que cuesta mantener, como si la tendencia natural en la orientación sexual fuera poder localizarse solo en los extremos de la heterosexualidad y la homosexualidad.
  • Invisibilidad bisexual: una mujer bisexual que tiene una pareja mujer es considerada lesbiana, mientras que las mujeres bisexuales que tienen una pareja hombre son consideradas heterosexuales. También se hace la lectura de que han elegido ser heterosexuales o lesbianas en función de la pareja que tienen. Esto implica vivir el no reconocimiento de la bisexualidad por parte del entorno social más próximo.
  • Las personas bisexuales, para mantener la bisexualidad, necesitan mantener relaciones con hombres y con mujeres, es decir, las personas bisexuales no son adecuadas para relaciones monógamas.
  • Aislamiento dentro del colectivo debido a lo que podría llamarse «no lo suficiente queer» en el sentido de que una mujer bisexual que tiene un hombre como pareja no es percibida por la comunidad LGTB como alguien que forma parte del colectivo. Esto generaría en las mujeres bisexuales el sentimiento de aislamiento social.
  • Las mujeres bisexuales más jóvenes están sometidas a la presión social de tener que demostrar en público que son bisexuales (lo cual implica tener comportamientos sexuales públicos con los dos géneros para que el entorno más cercano crea en la bisexualidad manifestada por la persona), sin embargo, esta demostración pública termina por considerarse poco sincera y se empaña con el etiquetado y la condena de la promiscuidad de la mujer bisexual (con el machismo hemos topado).

¿Qué podemos concluir tras examinar estos datos?

Los trabajos que se han llevado a cabo hasta ahora nos permiten afirmar que existen indicios de la existencia de un estigma bisexual claramente diferenciado del estigma homosexual y que la salud mental de las personas bisexuales parece ser peor que la del resto del colectivo. En concreto, las mujeres bisexuales parecen llevarse la peor parte.

Existe la necesidad de luchar para reducir —y en último término eliminar— la bifobia. Es necesario educar, tanto al colectivo LGTBI como a la población heterosexual, para que la presión sobre las mujeres jóvenes bisexuales en relación a la necesidad de que prueben su orientación se termine. No podemos perder de vista la relación manifiesta que hay entre la bifobia y el machismo cuando se pide a las mujeres comportamientos sexuales públicos con los que demuestren su orientación sexual y, a continuación, se castiga esta misma conducta que ha sido exigida bajo el peso de la promiscuidad.

Sin duda, el activismo podrá intensificarse para atender al colectivo bisexual a medida que conozcamos en mayor profundidad su realidad y sus necesidades específicas. Esto último pasa por una mayor investigación del colectivo bisexual y por la inclusión de una perspectiva de género.

Referencias:

Flanders, C. E., Dobinson, C. y Logie, C. (2016). Young bisexual women´s perspectives on the relationship between bisexual stigma, mental health, and sexual health: a qualitative study. Critical Public Health, 1 ̶ 11. doi: http://dx.doi.org/10.1080/09581596.2016.1158786

Bostwick, W. (2012). Assessing bisexual stigma and mental health status: a brief report. Journal of Bisexuality, 12(2), 214 ̶ 222.   http://dx.doi.org/10.1080/15299716.2012.674860

Racismo sexual

particularly-5012919_1920.jpgPost escrito por Francisco Javier Olivas González

Decides descargar una aplicación para ligar, rellenas el perfil con algunos datos básicos y, una vez en el interior, echas un vistazo rápido a los usuarios cercanos. En uno de ellos lees lo siguiente: «No asiáticos. No latinos. No árabes. Así no perdemos el tiempo ninguno de los dos». Esta situación puede resultarte inusual, aunque según algunos estudios, la frecuencia de este tipo de comportamientos online tiene una incidencia considerable entre hombres que tienen sexo con hombres (ver referencia al final de esta entrada). Te planteamos ahora algunas preguntas sobre esta situación hipotética:

  • ¿Dirías que esta persona tan solo está mostrando una preferencia personal en el ámbito de las relaciones afectivo-sexuales?
  • ¿Dirías que esta conducta podría considerarse racista?
  • ¿Has percibido racismo dentro de la comunidad LGTBI?

La entrada que te presentamos hoy gira el foco hacia el interior de nuestro colectivo e intenta arrojar algo de luz —o como mínimo arrancar una reflexión— en torno al racismo. Para desarrollar este texto, hemos leído el artículo LGBT Equality and Sexual Racism, de David. M. Frost (University College London) y Russell K. Robinson (University of California) y os dejamos un enlace al final de la entrada en el que podréis descargarlo y leerlo para ampliar información. Allá vamos:

¿Qué es el racismo sexual?

Robinson y Frost, en su artículo, argumentan que la aversión a tener citas o a establecer una relación afectivo-sexual con personas de una minoría étnica es una forma de racismo. ¿Qué es, por lo tanto, el racismo sexual? El racismo sexual se definiría como una forma específica de prejuicio racial en el contexto de las citas y el sexo.

Los autores comienzan su artículo aportando una serie de evidencias empíricas sobre las preferencias étnicas, datos muy interesantes procedentes de la población estadounidense, que os presentamos a continuación de forma resumida:

  1. Varios estudios han demostrado la existencia de racismo sexual, especialmente en comportamiento online de hombres gais y bisexuales que buscan citas, pareja o sexo.
  2. Es común que en algunas aplicaciones para ligar se cosifique a los hombres de minorías étnicas. Por ejemplo: los hombres afroamericanos se catalogan como chocolate y los asiáticos, como arroz. Según los autores, esta cosificación conduce a una lógica peligrosa: una preferencia hacia una etnia en particular no parece más importante ni dañina que el hecho de preferir un helado de vainilla frente a uno de chocolate. Veremos más adelante que, según los autores, esto no es así.
  3. Los hombres gais, en el contexto de relaciones sexuales esporádicas, muestran un mayor deseo hacia parejas sexuales blancas y latinas en comparación a hombres afroamericanos o asiáticos.
  4. Los hombres que pertenecen a minorías étnicas presentan con mayor frecuencia mención a su etnia en el perfil de aplicaciones para ligar en comparación a la frecuencia con la que lo hacen los hombres blancos. Los primeros son más conscientes de cómo una cuestión étnica puede tener un efecto en sus oportunidades a la hora de establecer un contacto con otro hombre.
  5. Un estudio que examinó las interacciones en una plataforma de contactos, encuentra que los hombres gais tenían una menor probabilidad de enviar o de responder a mensajes de usuarios de minorías étnicas en comparación a cuánto lo hacen mujeres lesbianas y hombres heterosexuales.
  6. Otras investigaciones apuntan a que es más probable que los hombres blancos gais prefieran a otros hombres blancos en comparación con mujeres lesbianas y con hombres heterosexuales. Incluso el asunto va más allá, los hombres gais de minorías étnicas podrían contribuir a este patrón dando mayor prioridad a parejas blanca con respecto a cuánto lo hacen lesbianas y hombres de minorías étnicas heterosexuales.
  7. El racismo sexual puede manifestarse no solo en las preferencias en encuentros esporádicos, sino también en relación a la formación de parejas estables. Y esto se vería de forma pronunciada en los hombres blancos.

Tras la breve descripción de la realidad que se obtiene a partir de varias investigaciones, los autores concluyen que los datos antes citados indican que las preferencias étnicas se sustentan sobre una jerarquía en la que, en la parte superior, estaría la población gay blanca. En definitiva, los autores defienden que, aunque todavía muchas personas piensan en las preferencias románticas y sexuales son un derecho y, sobre todo, algo normal y no dañino, no es así. Plantean que se ha intentado minimizar el racismo sexual comparando una preferencia étnica con una preferencia por una particular altura, tipo de cuerpo o color de pelo. Sin embargo, algunas investigaciones han demostrado que existe una asociación entre el racismo sexual y la discriminación racial. Esta conexión debilita la explicación de que sea una cuestión inocente y benigna, que estemos hablando de meros gustos personales.

¿Cómo afecta esta realidad a los hombres gais y bisexuales que pertenecen a una minoría étnica? El ejemplo de Kevin, citado por los autores, contesta de manera tajante a la pregunta.

Kevin es un hombre asiático y estadounidense de 20 años que vive en San Francisco. Cuando optó por intentar conocer gente en la red, se encontró con múltiples barreras y obstáculos para quedar con otros hombres. En primer lugar, recibió el impacto de encontrar perfiles en los que estaba vetado por defecto «No asiáticos», pudo leer en algunos de ellos. Después, se topó con el segundo problema cuando orientó la búsqueda hacia personas que sí estaban interesadas en chicos asiáticos y descubrió que los motivos del interés eran —en palabras del propio Kevin— deplorables. La alternativa al desinterés por los chicos asiáticos era un fetichismo que lo convertía en un objeto sexual, en alguien cuyo placer no tenía ningún tipo de consideración ni importancia. Para Kevin es muy complicado librarse del estereotipo de hombre sumiso que debe ser tratado como un objeto sin mayor consideración solo por el hecho de ser asiático.

Los autores plantean que los hombres que pertenecen a una minoría étnica podrían estar experimentando una estigmatización internalizada, es decir, que las formas de racismo sexual lleguen a aplicarse a ellos mismos de modo que esto contribuiría a disminuir la autoestima de estas personas. Algo muy similar a lo que ocurre con la propia homofobia: se internaliza la homofobia externa, se hace propia y la persona homosexual termina despreciándose por lo que es. El mismo efecto podría estar ocurriendo por una cuestión de etnia. Un dato que apoya esta hipótesis es que se sabe que existen elevadas tasas de problemas sexuales y de salud mental en el caso hombres gais y bisexuales latinos y afroamericanos.

¿Por qué los hombres gais y bisexuales parecen mostrar una mayor preferencia hacia parejas blancas que las lesbianas y las mujeres bisexuales? ¿Por qué los hombres gais y bisexuales, tanto los blancos como los que pertenecen a una minoría étnica, parecen desear parejas blancas más que los equivalentes heterosexuales?

La respuesta sugerida por los autores —que hoy sometemos a examen y discusión en esta entrada— plantea que existe una cultura gay convencional que podría explicar estos fenómenos sociales. Una explicación cultural permitiría comprender por qué las mujeres lesbianas, bisexuales cisgénero y las personas transgénero parecen presentar una menor probabilidad de practicar el racismo sexual, o al menos no de la forma abierta que se ve en las aplicaciones para encuentros sexuales de hombres que tienen sexo con hombres. ¿Por qué? Porque la segregación por género en las comunidades LGTB es común y podría ayudar a explicar las diferencias en la expresión del racismo sexual. Los hombres gais y bisexuales, por medio de la exposición a una cultura gay convencional mediante aplicaciones, medios, vida nocturna y pornografía, han podido socializarse y aprender que la comunidad gay instala como figura central del deseo a un hombre joven, blanco y atlético. Además, los hombres gais y bisexuales han podido interiorizar que los hombres de minorías étnicas son deseables solo en la medida en la que satisfagan el deseo sesgado que tienen los hombres blancos en relación a su grupo étnico (hombres afroamericanos masculinos y dominantes; asiáticos sumisos y afeminados). Según los autores, los hombres que desafían esos estereotipos (ser afroamericano y femenino, por ejemplo) simplemente no tienen un papel que jugar en la comunidad LGTB que sigue el dictado de esta cultura gay convencional.

Para concluir, con base en toda la exposición que se ha hecho en esta entrada, los autores consideran que el racismo sexual es una forma de racismo y de prejucio más que solo una preferencia personal que, además, podría relacionarse con estigmatización y daños en la salud de los hombres gais y bisexuales que pertenecen a minorías étnicas.

Enlace para descargar el artículo:

https://ir.lawnet.fordham.edu/cgi/viewcontent.cgi?article=5518&context=flr

La espera entre cada crisis

banco-solitario.pngPost escrito por Miguel Lorente Acosta y publicado originalmente en el blog del autor Autopsia

Recuerdo una crónica para la SER de Francisco Peregil, corresponsal de El País en la guerra de Irak, en la que hablaba del silencio entre cada una de las bombas, mucho más inquietante en su indefinición que la realidad alejada del estruendo da cada una de las explosiones.

Con las crisis (sanitarias, económicas, financieras, humanitarias, ambientales…) ocurre algo parecido, y a muchas personas nos preocupan más por el silencio de tantos ante la injusticia que supone esa pausa entre cada una de ellas, nos asustan por la amenaza que supone para quienes sufren el abuso de la normalidad, y nos inquietan porque se desconoce dónde “explotará” la siguiente bomba-crisis y si lo hará por oriente o por occidente, por el Norte o por el Sur, si será cerca o lejos; y porque no se sabe si será económica o sanitaria, humanitaria o ambiental. Lo único seguro es la certeza de que aparecerá y la incerteza que la acompaña hasta ese momento.

Porque el caos de las crisis es parte del orden de la desigualdad y de un modelo que cuenta con ellas como un factor más, no deseado ni buscado, pero sí integrado para salir reforzado de ella. Durante las crisis, dentro de unos límites, se sabe cómo actuar, pero entre cada una de ellas todo gira sobre la amenaza fantasma de que una crisis global puede suceder, mientras mucha gente sufre las mismas manifestaciones de la crisis en el contexto individual ante la pasividad de la sociedad.

Es parte del modelo de poder androcéntrico en el que la legitimidad moral radica en el papel del sistema para proteger a la misma sociedad de la que abusa el resto del tiempo, y la legitimidad práctica se traduce en una especie de pacto feudal que impone “sumisión” a cambio de protección.

Es lo mismo que ocurre en el plano personal con muchos hombres, que construyen su relación sobre la desigualdad a partir de la legitimidad moral que les da su rol basado en el sustento y la protección, y la legitimidad práctica en su compromiso de llevar a cabo dichas funciones “hasta las últimas consecuencias”.

Y al igual que los Estados protectores se pasan la vida alimentando la desigualdad y las desigualdades bajo la promesa de responder ante una guerra o una crisis, muchos hombres se pasan la vida disfrutando de unos privilegios en el hogar bajo el compromiso de que si “entra un ladrón” o hay un “problema serio que exija el uso de la fuerza física”, ellos responderán. De esa forma, la vida transcurre con una normalidad aceptada en la que las mujeres y los grupos de población situados en las posiciones inferiores de la jerarquía patriarcal, sufren las injusticias y dificultades que mantienen el modelo de poder sobre los elementos que deciden quienes tienen la posibilidad de tomar las decisiones.

Por eso el modelo se prepara para la excepción a costa de la normalidad, y es capaz de mantener un Ejército para defender al país en caso de guerra sin dudar del coste que supone, y se olvida, por ejemplo, de un sistema sanitario que en los próximos años (y en los pasados), tendrá que responder ante más crisis y problemas sanitarios que el Ejército frente misiones y guerras.

Y no es que el Ejército no sea necesario dentro de un contexto internacional como el que alimenta el sistema, pero sí que hay que relacionar y entender cuáles son las prioridades y la forma de organizar las relaciones internacionales y las relaciones humanas cada día. Porque no se trata de actuar contra las crisis, sino de hacer que la sociedad sea la fortaleza desde la que responder ante los problemas que le lleguen. Y eso exige salud pública, no sólo hospitales y UCIs; educación y formación, no sólo protocolos y coordinación; profesionales reconocidos dentro de un contexto profesional digno, no precario y a la espera de que las circunstancias no lo pongan de manifiesto.

Creer que la economía es la que debe decidir el tipo de sociedad y la forma de convivir en ella es la gran trampa del sistema, su gran mentira, la gran justificación para defender sus ideas y valores, puesto que es el argumento que legitima toda la injusticia y la desigualdad. La clave no es preguntarnos qué tipo de sociedad podemos hacer con esta economía, sino definir la sociedad que queremos y entonces diseñar la economía necesaria para sostenerla.

Si nos preparamos para las guerras y las crisis tendremos guerras y crisis, aunque haya tiempos de normalidad y espera más o menos prolongados que estarán llenos de injusticias, como lo están hoy. Si nos preparamos para convivir en paz y con Igualdad, evitaremos que las personas queden sometidas a los intereses de un modelo que prioriza el poder de lo material y lo económico. Y si llega una crisis en estas circunstancias, lo público y lo común previamente consolidado será su principal y más valioso “cordón sanitario”.

Soy mujer, soy lesbiana

FACEBOOK DIA DE LA VISIBILIDAD.jpgPost escrito por Francisco Javier Olivas González

En un mundo machista como el nuestro, escalar la afilada y peligrosa pendiente de la montaña del heteropatriarcado no es una tarea sencilla. Y no lo es en el momento actual, así que, si hacemos el esfuerzo de mirar hacia atrás, de navegar en las aguas del pasado, comprenderemos el descomunal esfuerzo que tuvieron que hacer muchas mujeres a lo largo de la historia para alcanzar la cumbre de esa injusta montaña. A pesar de terminar agotadas, de todo el sufrimiento, algunas lograron tener la oportunidad de plantarse en la cima para gritar en libertad, con voz potente y clara: soy mujer, soy lesbiana.

En esta entrada, con motivo de la celebración del Día de la Visibilidad Lésbica durante el 26 de abril, dedicamos el espacio del blog de la Unidad de Igualdad de la Universidad de Granada a una serie de luchadoras que, tal y como decíamos en la introducción, han tenido que enfrentarse a una doble discriminación para alcanzar sus objetivos y han cargado una doble losa: la de ser mujeres y la de amar y desear a otras mujeres. Sabemos que cualquier lista es injusta, que nos dejamos a muchas heroínas fuera, prometemos que las rescataremos a lo largo del tiempo en nuestro compromiso por visibilizar a todas las personas del colectivo. Digamos que esta entrada es solo un pequeño avance, una primera muestra de las grandes mujeres españolas que debemos conocer.

Dicho esto, este es nuestro pequeño —gran— tributo a algunas de las mujeres que en las últimas décadas se han dedicado —y se dedican— a dejarnos como legado un mundo mejor, un mundo más justo, un mundo con mujeres más libres:

Gloria Fuertes (Madrid, 1917): a pesar de alcanzar fama por su participación en programas infantiles y juveniles, su poesía supuso —y supone en la actualidad— una forma de luchar por la igualdad entre hombres y mujeres mediante el papel y la tinta. En el año 2017, centenario de su nacimiento, se ha reivindicado su papel en la poesía del siglo XX.

Boti García (Madrid, 1945): es una histórica activista LGTB e impulsora del matrimonio igualitario. Ha sido presidenta de la FELGTB (Federación Estatal de Lesbianas, Gais, Transexuales y Bisexuales). Desde enero de este año, ocupa el cargo de directora general de Diversidad Sexual y Derechos LGTBI del Ministerio de Igualdad.

Beatriz Gimeno Reinoso (Madrid, 1962): es escritora, política, feminista y activista  LGTB. Fue la presidenta de la FELGTB durante el período en que se aprobó el matrimonio entre personas del mismo sexo en España. También ha sido diputada por Podemos de la Asamblea de Madrid.

Mili Hernández (Madrid, 1959): es una conocida activista española por los derechos LGTBQ. Mili es librera. Su librería, Berkana, es referente sobre diversidad en España. Además, es editora y socia fundadora de EGALES, una editorial nacida en 1995, especializada en ensayo y literatura LGTBQ. Ha sido presidenta de la FLGTB y portavoz de Cogam. Federico y sus familias es su primer libro para la infancia.

Irene Milleiro (Pontevedra, 1976): es Licenciada en Derecho por la Universidad de Deusto, Premio Mujeres a seguir del año 2017 y Directora Europea de Change.org. Considerada como una de las personas LGTBI más influyentes de España, Irene es una gran activista por los derechos humanos.

Mapi León (Zaragoza, 1995): futbolista española que juega como defensa en el FC Barcelona de la Primera División Femenina de España. Es también internacional con la selección española desde el año 2016. Llegó al final de la Champions con el Barcelona y, a pesar de su juventud, es un referente contra la homofobia en el deporte.

Paloma del Río (Madrid, 1960): periodista española que pone voz a las transmisiones de Televisión Española de competiciones de gimnasia rítmica, gimnasia artística, patinaje artístico e hípica. Es la mujer que más Juegos Olímpicos ha narrado y, además, se ha involucrado activamente en promover el deporte LGTBI.

Marina Logares (Madrid, 1976): es Doctora en Matemáticas y ha escrito La geometría y otras revoluciones. Es una mujer que lucha por el reconocimiento de las lesbianas, activista por la inclusividad de la comunidad LGTB y docente en el Departamento de Álgebra, Geometría y Topología de la Universidad Complutense de Madrid.

Ángeles Álvarez (Molacillos, 1961): referente en causa feminista y una de las primeras diputadas que habló públicamente de su homosexualidad. Es una política socialista española que impulsó el Pacto de Estado contra la Violencia de Género que más tarde sería aprobado por unanimidad en el Congreso durante el mes de septiembre del año 2017.

June Fernández (Bilbao, 1984): es una joven periodista de eldiario.es. Fundadora y directora de la revista feminista Pikara Magazine. Según el blog hayunalesbianaenmisopa (consultar referencia al final de esta entrada), «el periodismo incisivo y de calidad de esta publicación la ha convertido rápidamente en una referencia para todas las mujeres que buscan compromiso social y una mirada transformadora feminista».

A ellas y a todas las mujeres lesbianas: ¡Feliz Día de la Visibilidad Lésbica! ¡Gracias por trabajar para que vivamos en una sociedad más justa, más libre, más igualitaria!

Referencias consultadas:

https://hayunalesbianaenmisopa.com/2014/07/04/la-verdadera-lista-de-las-lesbianas-influyentes-en-espana/

https://www.elmundo.es/album/loc/famosos/2019/06/22/5d0b70affc6c8354068b4652_42.html

https://blogs.20minutos.es/1-de-cada-10/2017/04/26/10-escritoras-lesbianas-que-hicieron-visibles-el-amor-y-el-deseo-entre-las-mujeres/?fbclid=IwAR0Ui6RqPQMfTz5Z5D4Ew-0RK5M6qSXkCyz2-cnmJCeoisuNqFyzU-U_3p0

https://blogs.20minutos.es/1-de-cada-10/2016/04/17/lesbianas-visibles-que-han-hecho-historia/?fbclid=IwAR3r5II2ZUhx57bzU4jR8awBBOXSNGRBFrq8TbT6gcqXvV4PpL6XRNmIrMs

 

 

La orientación invisible

Bandera_asexual.JPGPost escrito por Francisco Javier Olivas González

Asexual. Sí, habéis leído bien: asexual. Ahora intentad hacer el ejercicio de retener en vuestra cabeza todo aquello que ha aparecido en vuestra mente cuando habéis leído esta palabra. ¿Qué sabemos de las personas asexuales? ¿Cuáles son nuestras actitudes hacia este colectivo? ¿Prejuicios y estereotipos? También es posible que estéis en blanco, podría pasar que hayáis leído esta palabra por primera vez en nuestra entrada. Si es así, os damos la bienvenida porque, sea cual sea vuestro conocimiento sobre la asexualidad, en esta publicación tenemos como objetivo proporcionar unos conocimientos básicos de lo que podríamos llamar «la orientación invisible», la asexualidad. Allá vamos:

Comenzamos dando las gracias a María y a Adela por atendernos, ellas son las caras visibles de ACEs: ¡Gracias por abrir las puertas de vuestra asociación a la Unidad de Igualdad de la Universidad de Granada! Si os parece bien, comenzamos con las preguntas.

¿Qué es ACEs?

ACEs da nombre a la asociación Asexual Community España, es decir, somos la asociación de asexuales de España. Creamos esta asociación con la intención de ayudar a todas aquellas personas de España que necesitan información sobre la asexualidad y todo lo que ello engloba. La fundación de la asociación tuvo lugar el 11 de marzo del 2016, así que podemos decir que somos bebés.

¿Cuáles son vuestros principales objetivos como asociación?

Os los podemos resumir de la siguiente forma:

  1. Trabajar por una sociedad más igualitaria en la que todas las personas estén integradas de forma real y efectiva.
  2. Fomentar la visibilidad de nuestro colectivo.
  3. Uso de las nuevas tecnologías para promover la socialización y difusión de nuestra realidad.
  4. Fomentar el conocimiento (estudios, informes, publicaciones) del colectivo asexual.

Supongamos que no sé nada de la asexualidad, ¿cómo me explicarías en qué consiste?

Si tenemos tiempo y podemos dar una explicación detallada para que se comprenda de forma clara en qué consiste nuestra realidad, la explicación que daríamos sería la siguiente:

Nos han educado para pensar que hay un solo un tipo de atracción o que, cuando nos gusta alguien, hay un paquete de atracciones que tienen que darse a la vez. Por ejemplo, si nos gusta alguien, tenemos que sentir atracción sexual, nos tiene que gustar cómo es estéticamente y además tenemos que enamorarnos de esa persona. Es como si, a veces, nos impusiéramos que cuando nos gusta una persona, nos tiene que atraer a todos esos niveles. Sin embargo, todos podemos pensar en personas que nos han atraído a lo largo de nuestra vida y que no nos han resultado atractivas en todos esos sentidos. A lo mejor hemos encontrado a alguien que solo nos ha resultado atractivo a nivel intelectual, por ejemplo, y hemos querido pasar mucho tiempo con ella sin que eso supusiera ir a más. También hemos podido enamorarnos de alguien sin experimentar la necesidad de tener sexo con esa persona, sin el componente sexual.

Cuando aparece el colectivo asexual, una de las primeras cosas que se nos dice es que no sabemos querer, que no nos enamoramos o que incluso vamos por la vida sin fijarnos en la gente. Los asexuales no cumplíamos con este paquete de atracciones que parece que debe funcionar al completo. Esto llevó a que personas del colectivo asexual no se pudieran reconocer como asexuales, porque si bien es cierto que se consideraban personas que no sentían atracción sexual, sí que se habían enamorado o que encontraban a determinadas personas atractivas a nivel estético.

En definitiva, la mejor manera de explicar a alguien la asexualidad es comenzar explicando un modelo sobre las distintas atracciones que existen. ¿Permiso para arrancar con el modelo?

¡Claro! Adelante.

El modelo explica qué tipos de atracciones existen. Una vez descritos, será muy fácil comprender qué es una persona asexual. Veamos, ¿qué tipos de atracción existen?

  1. Atracción sexual: el impulso que sentimos y que nos lleva a desear un acercamiento o encuentro sexual con una persona.
  2. Atracción estética: no implica atracción sexual, sería solo una atracción por el aspecto de la persona sin necesidad de incluir la parte sexual.
  3. Atracción sensual: conlleva querer tener un contacto con otras personas que puede manifestarse de diversas formas según la persona: abrazos, dar un beso, acariciar o simplemente estar juntos en el sofá charlando y sujetándonos las manos sin que estos gestos tengan un carácter sexual.
  4. Atracción romántica: que estaría vinculada con el enamoramiento y los comportamientos asociados al enamoramiento.

Es importante que tengamos en cuenta que las atracciones pueden ser cruzadas, es decir, una persona puede experimentar atracción sexual hacia los dos sexos, pero presentar atracción romántica solo hacia hombres o solo hacia mujeres. Lo mismo ocurre con la atracción estética, puede atraerte estéticamente un hombre, pero que solo las mujeres te resulten atractivas a nivel sexual. Las combinaciones son múltiples.

¿Este modelo es un modelo para el colectivo asexual?

No, para nada, es un modelo que puede servir a cualquier persona para comprender su comportamiento. Al colectivo asexual le ha permitido explicar que el hecho de ser asexuales no implica que no nos enamoramos ni tampoco que no nos resulte alguien atractivo a nivel estético. Para el resto de personas, este modelo también es liberador y permite explicar a tu pareja que hay alguien que te atrae a nivel estético y eso no implica enamoramiento ni tampoco atracción sexual.

Por lo tanto, usando el modelo como base, ¿qué es una persona asexual? Una persona que puede sentir atracción romántica, estética y asexual hacia otras personas, pero no mostrará atracción sexual. Esto es lo que nos identifica como colectivo. Si se nos pide que seamos muy claros indicando qué caracteriza a una persona asexual, diríamos que las personas asexuales son aquellas que no sienten atracción sexual o que la sienten con baja frecuencia o intensidad. No obstante, una definición alternativa que nos gusta más es la de no cumplir las expectativas sociales con respecto a la atracción sexual, es decir, somos personas que en determinados momentos nos hemos sentido fuera de lugar.

Creo que esta explicación nos deja sin dudas. ¿Podéis detallarnos en qué sentido os habéis sentido fuera de lugar?

Cuando era adolescente, no me sentía identificada con respecto a cómo vivían mis amigas la adolescencia, en ese sentido terminas por pensar que no hay un lugar para ti. La sensación es la de que no sabes qué pasa contigo. No ha ocurrido así en mi caso, pero sí que hay personas que, tras contarlo, han acabado en psicólogos y tomando antidepresivos por algo que realmente no era un problema. Sumad también que las personas asexuales, durante mucho tiempo, no hemos tenido a ningún referente. Incluso podríamos ir más allá, no teníamos ni tan siquiera una palabra con la que definirnos e identificarnos. Así fue nuestra adolescencia: una etapa en la que no era posible dar un nombre a lo que eras, a cómo sentías. Solo sabías que no sentías como el resto de las personas que te rodeaban.

¿Es fácil salir del armario para las personas asexuales?

No, no lo es. Cuando conoces a alguien no lo cuentas. Si lo cuentas, casi que necesitas dar una explicación larguísima de lo que supone ser asexual. De primeras hay un rechazo. Esto lleva en muchas ocasiones a no decirlo y no decirlo es una forma de esconderse que resulta muy desagradable. Cuando lo contamos, también nos enfrentamos a los mismos argumentos que las personas LGBT tuvieron que soportar hace 30 años: ¿estás segura? Lo mismo se te pasa, ¿has ido al médico para ver si tienes un problema hormonal? Igual es un tema de no haber dado con la persona adecuada. Podríamos seguir contando muchas de estas, pero imaginamos que os hacéis una idea.

Entendemos que tiene que ser muy duro, ¿qué es lo peor? Lo preguntamos para que los demás lo tengan en cuenta y hagan un ejercicio de empatía con el colectivo.

Lo peor es cuando ponen en duda tu asexualidad. Te comentan que quizá son otras cuestiones o que quizá no he encontrado a la persona adecuada. Eso sienta mal, cuando lo contamos es para informar de lo que somos, no para que nos hagan replantearnos el asunto. También hay una especie de manía de encontrar una razón a lo que nos pasa y no estamos contándolo para eso. A veces percibimos que hay cierta legitimidad a ponernos en duda. Cuando lo contamos, igual que con el resto de orientaciones, creednos, ya hemos pensado en todas las opciones posibles y nos hemos planteado mil veces el tipo de cosas que nos plantean estas personas.

¿Os sentís integradas en el colectivo LGTBI?

Nos sentimos parte porque también en nuestro colectivo hay personas de género no binario, homorománticos, etc. Somos un grupo con una gran diversidad, por eso hablamos de un espectro asexual amplio con personas muy distintas. No contamos nada nuevo que no pueda entender el resto del colectivo, padecemos ahora lo mismo que el resto de personas LGB sufrieron hace unos años o incluso siguen sufriendo a día de hoy. No obstante, hay gente que no nos ve dentro y discriminación la recibimos desde dentro y desde fuera. En el colectivo encontramos de todo, personas con las que hemos tenido experiencias geniales y personas que nos han hecho sentir mal. El colectivo debería ser un espacio seguro para el colectivo asexual, pero no siempre es así. Esperemos que esto cambie a medida que nos hagamos más visibles.

¿Qué hay sobre la discriminación de las personas asexuales?

Quizá no hemos acaparado la portada de una noticia por una brutal agresión porque hasta no hace mucho ni existíamos. Sin embargo, ahora que subimos vídeos o publicamos artículos, solo hay que mirar los insultos y los comentarios que nos dejan en las publicaciones para comprender la poca empatía y escasa comprensión que sufre nuestro colectivo.

Por tanto, diríais que la sociedad no comprende la asexualidad, ¿no es así?

Eso es, una parte importante de la sociedad no nos comprende. Y el efecto de la presión social es importante. Hemos escuchado muchas veces esto de que si alguien no siente atracción sexual por ti eso significa que no te quiere. Una persona puede llegar a un consenso con su pareja asexual, puede comprenderla realmente, pero después grupos cercanos, amigos por ejemplo, van a decirle a esta persona que es normal que engañe a su pareja para buscar sexo por el hecho de ser asexual o que incluso animarán a dejar a esa pareja por no tener sexo con él o ella, etc.  Muchas veces esto lleva a esconder que estás con alguien asexual, esto tiene que ver con la vergüenza de reconocer que el sexo ocurre de otra forma o no ocurre con una persona asexual. Pensemos que el sexo está muy valorado en esta sociedad. Si no tienes una vida sexual espectacular, se podría decir que eres una persona fracasada que debería avergonzarse de ello. Eso explica que haya casos en los que se opte por ocultar a una pareja asexual.

Por último, nos gustaría que nos contarais qué mitos existen sobre la asexualidad.

Son muchos. Ahí vamos:

  1. Los asexuales no tenemos relaciones sexuales.

 ¡Falso! Volvemos a repetir que las personas asexuales somos, ante todo, diversas. Si se llega al acuerdo, podemos tener sexo, lo disfrutamos y sentimos igual que cualquier otra persona. La cuestión clave aquí es si estamos teniendo esas relaciones sexuales porque de verdad no nos importa tenerlas con la persona que nos lo pida o si estamos teniéndolas por miedo a perder a la persona, para que no se enfade o porque no entiende que no queramos sexo. Eso es algo muy distinto y nos llevaría a tener una relación sexual que no queremos tener (con la gravedad que conlleva eso). Por ejemplo, también puedes tener relaciones sexuales porque quieres tener descendencia. En definitiva, hay distintos motivos por los que podemos tener relaciones sexuales a pesar de que no esté la atracción sexual.

  1. Las personas asexuales son personas en situación de celibato.

¡Falso! Asexualidad no es lo mismo que celibato. No tiene nada que ver una cosa con la otra. Celibato conlleva que hay atracción sexual, pero que decido no tener el comportamiento sexual por el motivo que sea. Una persona asexual puede tener comportamiento sexual aunque no haya atracción si así lo decide.

  1. Las personas asexuales son antisexuales.

¡Falso! No somos personas antisexuales que pensemos que somos puras o superiores por no tener sexo, tampoco pensamos que el sexo sea una cuestión animal inferior a evitar y que las personas asexuales seamos superiores. Una persona no es ni mejor ni peor por tener o no tener sexo o por tener o no tener deseo sexual. Puede haber gente que defienda estas ideas, porque en el colectivo asexual hay de todo, como en todos los colectivos, claro, pero no es nuestra actitud ni creo que representen al colectivo. Sería algo así como pensar que a todas las personas heterosexuales les da asco el sexo gay porque haya un grupo de personas heterosexuales que opine esto.

  1. Somos personas asexuadas y sin género.

¡Falso! No somos asexuados, es decir, hay personas que se imaginan que somos personas sin genitales. La asexualidad no tiene nada que ver con la genitalidad, tiene que ver con la orientación sexual. Lo mismo sería aplicable a la cuestión de género.

  1. Las personas asexuales tienen algún tipo de trauma con el sexo o una alteración hormonal.

¡Falso! No somos personas con traumas ni complejos con respecto a las relaciones sexuales. No tenemos una orientación asexual por traumas ni tampoco por problemas hormonales. Si los pensamos bien, se nos aplican las mismas explicaciones que hace medio siglo se daban a los homosexuales. Es triste, pero es así.

  1. Las personas asexuales son feas y antisociales.

¡Falso! Es un estereotipo que hay sobre las personas asexuales, hay gente que piensa que somos feos, cerrados, antisociales, etc. Si alguna vez nos hemos cerrado en banda a otras personas, la explicación ha sido el miedo al rechazo, una evitación voluntaria de llegar a una mayor intimidad por saber que esa persona no comprendería nuestra asexualidad.

Adela y María, desde la Unidad de Igualdad de la Universidad de Granada os queremos dar las gracias por el trabajo que estáis llevando a cabo y, cómo no, por habernos enseñado tanto sobre esta realidad tan poco conocida incluso dentro del colectivo LGTBI. Ha sido un placer, gracias y nuestros mejores deseos, sabemos que la lucha no ha hecho más que empezar.

Así es, la lucha acaba de empezar. Solo tenemos que pensar que salimos de la última versión del DSM en el año 2013. Para quien no lo sepa, el DSM es un manual que recoge los trastornos mentales y que depende de la Asociación Americana de Psicología. Es decir que estamos en el principio del camino. ¡Gracias a vosotras por hablar de asexualidad!

Violencia dentro del arcoíris

Blog.jpgPost escrito por Francisco Javier Olivas González

En la entrada de hoy colocamos la lupa dentro del colectivo LGTBI y nos asomamos a una realidad que nos gustaría que os resultara ajena, lejana y nada familiar, sin embargo, sabemos que por desgracia esto no es así, puesto que hay personas del colectivo que conocen en primera o en tercera persona esta temática. ¿De qué estamos hablando? Hablamos de la violencia intragénero.

¿Qué es la violencia intragénero?

Sería cualquier comportamiento violento que tiene lugar entre personas del mismo género en el contexto de una relación afectivo-sexual. De la misma forma que cuando el hombre usa la violencia contra la mujer, en estos casos el objetivo que persigue tal comportamiento violento es el de ejercer poder sobre la otra persona para dominarla, controlarla, coaccionarla o aislarla.

¿Qué diferencia hay entre la violencia intragénero y la violencia de género?

La violencia intragénero no se considera violencia de género, se considera violencia doméstica. ¿Por qué? Recordemos que la violencia de género tiene como raíz la discriminación estructural de las mujeres dentro de la sociedad patrialcal, es decir, las víctimas de la violencia de género son siempre mujeres. Sin embargo, en el caso de la violencia intragénero, esto no es siempre así —pensemos en la violencia que se ejerce hacia un hombre dentro de una pareja homosexual—, de modo que la violencia intragénero se describe como un tipo de violencia doméstica en la que se dan relaciones asimétricas que afectan tanto a hombres como a mujeres. Este modelo de relación asimétrico y de poder es una construcción del machismo levantada sobre las relaciones que existían al comienzo de la cultura machista, que solo eran relaciones de pareja afectivo-sexuales entre hombres y mujeres en aquel momento. Quizá no sea necesario que hagamos esta aclaración, pero la vamos a hacer: que la violencia intragénero tenga como base, como raíz, un modelo relacional machista no implica que se pueda negar la violencia de género ni que todas las violencias sean iguales. Existe la violencia de género. Y existe la violencia intragénero. Dicho esto, proseguimos hablando de violencia intragénero.

¿Qué formas adopta la violencia intragénero?

La violencia puede ser sutil y casi imperceptible, también explícita y manifiesta. Os damos algunos ejemplos de los tipos de violencia:

  • Violencia física: incluye cualquier tipo de agresión contra el cuerpo de la persona (golpes, empujones…).
  • Violencia psicológica: amenazas, insultos, devaluación de la persona, coaccionar, controlar o chantajear, por ejemplo.
  • Violencia económica o material: consistente en ejercer la violencia mediante el uso de recursos económicos o bienes materiales. Un ejemplo podría ser no compartir los gastos familiares cuando corresponde a los dos miembros de la pareja hacer frente a ellos. Otro ejemplo sería el hecho de vender una propiedad de la pareja sin su permiso para obtener dinero.
  • Violencia sexual: se incluyen las violaciones y abusos sexuales dentro de la pareja.

Algunas investigaciones (ver referencia al final de esta entrada) señalan que, en la violencia intragénero, las manifestaciones violentas pueden presentarse de forma puntual o dentro de un proceso continuo en lo que se denomina «ciclo de la violencia». ¿En qué consiste este ciclo? Es un proceso compartido con la violencia de género en el cual aparecen tres fases: una fase de tensión, una fase de abuso-agresión y una fase de luna de miel.

¿Cuál es la prevalencia de la violencia intragénero en la población LGTBI?

Es muy complicado dar una respuesta fiable debido a la escasez de estudios y también debido a cuestiones de tipo metodológico. No obstante, los estudios realizados entre el año 2002 y 2012 que aportan las cifras más elevadas hablan de que entre un 50 y un 60% de la población LGTBI ha experimentado algún tipo de violencia intragénero. Los estudios que aportan los números más bajos señalan que podría tratarse de entre un 25 y un 30%. Según el psicólogo Antonio Ortega, que realizó su tesis doctoral sobre violencia intragénero en la Universidad Complutense de Madrid (ver referencia al final de esta entrada), existe una alta prevalencia de la violencia en parejas homosexuales. Según el autor de la investigación, un 70% de la muestra residente en España se considera víctima de violencia psicológica por parte de su pareja, un 26.78% víctima de agresión física y un 43.2% de violencia sexual.

¿Qué género y orientación sexual tienen las víctimas y los agresores o agresoras?

Hay estudios que señalan que la prevalencia es mayor en hombres. Según estos estudios, hay un mayor número de víctimas masculinas que femeninas. No obstante, otras investigaciones indican que la prevalencia es mayor en mujeres lesbianas y bisexuales. Por lo tanto, los datos no son concluyentes al respecto. Es necesario que se lleven a cabo más investigaciones sobre esta temática para disponer de una radiografía más próxima a la realidad de la violencia intragénero.

¿Hay diferencias dentro del colectivo en el tipo de violencia?

Según la FELGBT (datos del año 2011), en los hombres la violencia más común es la física y en el caso de las mujeres, la psicológica. De nuevo, parece ser que las distintas investigaciones no llegan a los mismos resultados.

¿A qué se debe la invisibilidad de la violencia intragénero?

El psicólogo Antonio Ortega señala varios motivos:

  1. Vivimos inmersos en una sociedad heterosexista en la que la visibilidad de la violencia dentro de las parejas homosexuales es escasa.
  2. La ocultación de este tema por parte de la comunidad LGTBI.
  3. El silencio de la víctima.

Sin duda alguna, también existe un doble estigma que dificulta la visibilidad de este tipo de violencia: reconocerte como LGTBI y añadir a eso que has sufrido violencia por parte de tu pareja. Dos capas de estigma que pueden llegar a convertirse en una barrera con la potencia suficiente como para impedirnos la búsqueda de ayuda o la denuncia de la situación.

Tras esta escueta toma de contacto con la realidad de la violencia intragénero, podemos concluir que se necesita una mayor investigación de este tema, que el propio colectivo no puede permanecer en una actitud pasiva ante la violencia intragénero (lo cual implica que estemos alerta y actuemos si tenemos conocimiento de una situación de violencia en alguien de nuestro entorno) y, por último, que hablemos de las situaciones de violencia psicológica o física que hayamos podido experimentar. Compartir nuestras experiencias generará consciencia de que estas situaciones no pueden ocurrir, que no podemos permitir la violencia dentro de nuestras relaciones afectivas o sexuales. Un primer paso en la lucha contra cualquier tipo de violencia es visibilizarla. No se lucha contra lo que no se ve.

Desde la Unidad de Igualdad de la Universidad de Granada queremos recordar a la comunidad universitaria que disponemos de un servicio de asesoramiento en el caso de se esté sufriendo cualquier tipo de acoso o violencia. Si os encontráis dentro de una situación de violencia en una relación afectivo-sexual, no dudéis en contactar con el equipo de profesionales de la Unidad. Sabemos y comprendemos lo difícil que es abordar este tema, pero contamos con las herramientas y los recursos para ayudaros a iniciar el proceso de solucionar una situación tan complicada como es la de sufrir violencia intragénero.

Referencias:

https://www.researchgate.net/publication/316841247_Violencia_en_parejas_Gays_Lesbianas_y_Bisexuales_una_revision_sistematica_2002-2012

http://psicolgtb.com/2018/12/11/el-abuso-del-que-no-se-habla-violencia-en-parejas-homosexuales/

“Médicos y enfermeras”

bolg.pngPost escrito por Miguel Lorente Acosta y publicado originalmente en el blog del autor Autopsia.

A pesar de los intentos de muchos medios por usar en lenguaje inclusivo estos días, la mayoría de las veces, al referirse al personal sanitario se habla de “médicos y enfermeras”. Se reproduce así el estereotipo que asocia el conocimiento y la razón a lo masculino, y el cuidado y el afecto a lo femenino. Y se hace al margen de la realidad.

Hoy, por encima del 55% de quienes ejercen la Medicina son mujeres, y en el grado de Medicina aproximadamente el 70% del estudiantado son también mujeres. En Enfermería el 84% de sus profesionales son mujeres, mientras que en los estudios de grado representan el 80%. Por lo tanto, ante esta realidad sería más correcto hablar de “médicas y enfermeras”.

Pero claro, si se hace, rápidamente se dirá que el masculino es neutro y que incluye a hombres y mujeres, pero curiosamente sólo se utiliza para referirse a los “médicos”, no a los “enfermeros”, por lo cual, según ese mismo razonamiento, el 16% de los enfermeros hombres quedan excluidos al llamar al grupo como “enfermeras”, puesto que el femenino no les incluye. Entonces se dirá que se hace referencia a “enfermeras” porque históricamente ha sido una profesión muy feminizada, lo cual es cierto, sin embargo, para los puristas del lenguaje real y académico se seguirá sin incluir a los hombres, negando, al mismo tiempo, el reconocimiento del trabajo realizado mayoritariamente por mujeres al impedir su representación a través del lenguaje.

Lo digo porque los colegios profesionales se han denominado tradicionalmente con el masculino de quienes los formaban por esa doble razón, por un lado, porque en su origen prácticamente eran sólo hombres quienes los formaban, y por otro, porque después, cuando se incorporaron mujeres de manera progresiva, el masculino neutro las incluía. Pero la trampa de este planteamiento formal se demuestra en la práctica al comprobar lo sucedido con Enfermería.

Si se toma el argumento de que la inmensa mayoría eran mujeres, debería haberse llamado “Colegio de Enfermeras”, y si utiliza el criterio de que el masculino incluye a mujeres y hombres, aunque estos sean minoría, debería haberse denominado “Colegio de Enfermeros”. Pero no se ha llamado de ninguna de esas dos formas, y se llamó “Colegio de Enfermería”; imagino que por esa “vergüenza ajena” que supone llamarlo en masculino cuando se es consciente de que la gran mayoría de las personas que lo forman son mujeres, pero al mismo tiempo con plena conciencia para negarse a llamarlo en femenino y reconocer la labor y dedicación que durante siglos han hecho las mujeres en Enfermería. Ha preferido utilizar la vía intermedia que hace referencia a la profesión.

Lo curioso, y donde se refuerza la construcción machista en toda esta forma de entender y denominar la realidad, se produce al comprobar que todo ese planteamiento que utiliza el nombre de la profesión de Enfermería para llamar al colegio que reúne a los hombres y mujeres que la ejercen, se ha considerado válido, sin embargo, se entiende incorrecto e inaceptable para el resto de colegios profesionales. De manera que se denominan (centrándonos en la profesión y quitando adjetivos), por ejemplo, Colegio de Médicos, Colegio de Ingenieros, o Colegios de Abogados, y no se admite que se denominen Colegios de Medicina, Colegios de Ingeniería o Colegios de la Abogacía, argumentando que agrupan a las personas que ejercen la profesión para abordar sus cuestiones profesionales, no a la profesión. Por lo visto, entonces, quienes ejercen la Enfermería no son personas, puesto que en esa profesión mayoritariamente desempeñada por mujeres, ¡oh casualidad!, si se ve bien denominar a su colegio bajo la referencia de la profesión (“Colegio de Enfermería”), no de las personas que la ejercen.

El lenguaje sólo reproduce las ideas que la cultura entiende adecuadas y válidas, y así las representa en la conciencia de las personas. Y aunque el masculino se entienda como neutro deberíamos llamar al pan pan, no masa de harina fermentada y horneada, al vino vino, no mosto fermentado; y a las médicas médicas, a los médicos médicos, a las enfermeras enfermeras y a los enfermeros enfermeros. Y así con el resto de las profesiones y trabajos.

muchas gracias por el gran trabajo y ejercicio de responsabilidad que están realizando estos días.